lunes, 14 de abril de 2008

martes, 26 de febrero de 2008

INTRODUCCIÓN

Desde que el hombre es hombre ha deseado el valor y ha rechazado el antivalor. En la prehistoria, eran ya algo esencial e inherente a la vida misma. Conscientes de ello, los antiguos filósofos ya se ocuparon de la sabiduría, la verdad, la justicia o el amor como valores necesarios para vivir honestamente y para el buen funcionamiento de la sociedad. La literatura de todos los tiempos, las leyes, las costumbres, el arte, etc. han fomentado o rechazado unos u otros valores o antivalores, porque es imposible una vida humana al margen de los valores. El hombre, por naturaleza, necesita tanto del bien como de la comida, el sexo o el descanso.
La pregunta que nos hacemos es:
¿Qué es un valor?
Significar cualidad, dignidad, firmeza de algo, fuerza, virtud, etc. En general, todo lo que no nos deja indiferentes, que necesitamos y deseamos. Es una cualidad deseada o deseable por su bondad, cuya fuerza orienta la vida humana.
El ser humano no puede vivir sin valores; su carencia conllevaría la muerte del ser humano en cuanto humano, de la sociedad y de la educación. Lo discutible no son los valores sino qué valores, qué orden jerárquico y para quién.
Los valores nos humaniza, pues nacemos humanos pero no humanizados; sociables pero no sociales; hechos pero no formados. Nacemos personas pero aprendemos a ser humanos. Esta es la función esencial de los valores y de la educación.
No puede llevarse a cabo el más mínimo acto educativo sin alguna referencia a un conjunto de valores, por cuanto la educación en su misma esencia es valiosa. Una educación sin valores no es posible ni deseable. No es posible definir la educación sin una referencia al valor y a la persona como sujeto de la misma, pues la esencia de la educación es referida al hombre.
Los valores no se identifican con una materia, su educación es una labor de todo el centro y del conjunto del profesorado que, junto al saber, han de saber-hacer. No siempre educa en valores quien quiere, sino quien quiere y sabe educar en valores. Este segundo saber va más allá del conocimiento de una materia.
La importancia de los valores está en boca de todo el mundo, ya que educadores, padres e incluso niños están cada vez más preocupados y afectados por la violencia, los crecientes problemas sociales y la falta de cohesión social.
En mi opinión es uno de los aspectos más importantes a tener en cuenta en educación, es necesario que reflexionemos y nos hagamos las siguientes preguntas:
- ¿Qué poder le conferimos al individuo para que escoja su propia escala de valores?
- ¿Qué tipo de formación especializada se necesita para que los educadores integren los valores en los programas ya existentes?
- ¿Cómo puede una educación basada en los valores preparar a los estudiantes para una vida de aprendizaje dentro de sus comunidades?
Es necesaria una formación para la educación en valores que cumpla con los siguientes objetivos:
Ayudar al individuo a pensar y comprender los diferentes valores y la implicación práctica de su expresión con relación a uno mismo, los demás, la sociedad y el mundo entero en general;
Profundizar en el entendimiento, la motivación y la responsabilidad con respecto a la toma de decisiones personales y sociales;
Inspirar al individuo a escoger sus valores personales, sociales, morales y espirituales, y a conocer métodos prácticos para desarrollarlos y profundizar en ellos; y
Fomentar en los educadores y cuidadores una visión de la educación como proveedora de una filosofía de vida para el estudiante, que les facilite su crecimiento, desarrollo y toma de elecciones de modo que puedan integrarse en la sociedad con respeto, confianza y compromiso.
Valores fundamentales como:

viernes, 22 de febrero de 2008

INPORTANCIA DE EDUCAR EN VALORES



ARTÍCULO I





IMPORTANCIA DE EDUCAR EN VALORES

En una sociedad como la actual, falta de valores, donde la competitividad se refleja en casi todos los estamentos, con clara tendencia al individualismo, consumista hasta el infinito, etc. Una de las grandes necesidades para mejorar la convivencia escolar es la educación en valores ya que observamos que cada día esta sociedad tiende a anular valores que fomentan la unidad y la armonía social, proponiendo a cambio valores ficticios que no conducen a nada.

- Saber vivir:

Se trata de un saber que permite a quien lo adquiere participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas, uno de los principales objetivos de la educación actual. Por esto, sin duda, debe desarrollar la comprensión hacia los demás, la percepción de formas de interdependencia, respetando los valores del pluralismo, la comprensión mutua y la paz. Este saber también supone luchar contra la exclusión por medio de planteamientos que favorezcan el contacto y la comunicación entre miembros de grupos diferentes, en contextos de igualdad, haciendo un descubrimiento gradual del otro y desarrollando proyectos de trabajo en común.

- Saber ser y saber convivir: el objetivo base de la educación debe ser: el desarrollo personal y social (la personalización y la socialización).

- Conversar, más que hablar: La educación para el diálogo. No solo hablar sino también escuchar a la persona con la que se habla. La comunicación –la capacidad de salir de sí mismo y de abrirse a los demás- es una dimensión fundamental de la persona, que la educación debe desarrollar, o contribuir a desarrollar. La persona, pues, necesita de los otros para poder desarrollarse como persona. Es decir, la persona se desarrolla como tal, fundamentalmente, en el seno de una comunidad.

- Convivir, más que tolerar: La educación para vivir en comunidad, la tolerancia no es convivencia, tolerancia es respeto y convivencia es estar convencido de que se puede vivir junto. Hay que aprender a convivir, no sólo a tolerar.

- Cooperar, más que colaborar: La educación para la solidaridad: Cooperar no es lo mismo que colaborar. La cooperación añade a la colaboración un plus de solidaridad, de ayuda mutua, de generosidad que hace que los que en un principio simplemente colaboran para ser más eficaces, acaben tejiendo entre ellos lazos afectivos más profundos... Trabajar codo a codo para conseguir un objetivo común, puede contribuir a crear una comunión más intensa...







INFORMÁTICA Y VALORES



ARTÍCULO II

La Informática una herramienta para la formación de valores

Autores: MSc. Raúl Fernández Aedo
Lic. Elianis Cepero Fadragas
Lic. Pedro Mario Server García

Resumen
La Informática presenta a la escuela y a los educadores una serie de problemas relacionados con la ética y los valores tal como ninguna otra área pedagógica lo ha hecho en el pasado. Hasta ahora, la aplicación de los conocimientos adquiridos por los alumnos en situaciones de dilema moral se ha limitado a lo ficticio (casos hipotéticos) o a lo ejemplar (casos "tipo"), y por lo tanto las oportunidades de hacer el mal siempre han rondado lo teórico, con la única excepción de lo referido a las relaciones interpersonales y sociales de los alumnos, entre sí y con sus profesores.

Desarrollo
Intentemos un par de ejemplos iniciar esta polémica. Lo aprendido en Química, por caso, no induce al alumno a considerar la ética de la investigación científica más que como algo remoto, inaplicable a su realidad cotidiana. Es imposible imaginar que un estudiante de primaria o secundaria pueda encontrarse en posición de tener que decidir sobre la gravedad de mezclar un veneno y dárselo de beber a otro con el vaso en la mano, simplemente porque sus experimentos son primitivos, porque sus investigaciones están limitadas por su corta experiencia y habilidad, y más que nada porque en un laboratorio de escuela es improbable que haya algo peligroso. Análogamente, se podrá discutir en clase de Ciencias Sociales sobre la ética de las guerras, pero el alumno jamás se verá obligado a elegir entre declarar una o negociar la paz, por razones más que obvias.


En Informática, en cambio, las cuestiones éticas se plantean a cada segundo. ¿Se puede leer el correo electrónico de otras personas? ¿Está bien borrar archivos ajenos? ¿Es lícito utilizar software sin pagarlo? ¿Es aceptable copiar la información producida por otros? ¿Se podrán instalar programas en la computadora de la escuela sin permiso del maestro? ¿O un virus? ¿Habrá algún problema en entrar a la Internet con fines particulares, no-académicos? ¿Estará mal interferir en otros sistemas a través de la red? ¿Puede un estudiante hacer cualquier cosa que le venga en gana con la computadora que la escuela pone a su disposición? Lo importante de estas preguntas es que no sólo pueden hacerse en clase como ejercicio teórico, sino que el alumno frente a la computadora tiene el poder concreto de elegir entre el bien y el mal, y la posibilidad real de hacerlo, en muchos casos sin ver cómo afecta a otras personas (lo cual disminuye invariablemente la culpa, cuando no la anula por completo), y con una apreciable impunidad.
Si bien estas instancias representan una valiosa oportunidad para transmitir y verificar valores, son al mismo tiempo un grave obstáculo para el desarrollo normal de las actividades pedagógicas, porque para cuando se presentan ya hay un daño concreto, que puede ir desde lo trivial hasta lo muy grave. Y siempre está el conflicto de base: el alumno siente -razonablemente- que lo que el maestro quiere de él es que aprenda; ergo, si algo se puede hacer, entonces se puede aprender a hacerlo, ¡y qué mejor modo de demostrar que se ha aprendido que haciéndolo! Es muy difícil explicar a los niños que las computadoras son extremadamente poderosas y que mucho de su poder reside en el daño que puede hacerse con ellas, porque el concepto de "poder" en los más jóvenes es siempre positivo. Aprender a hacer una cosa para luego "no poder hacerla" es algo que no entra en su esquema.
Asociado a las reglas de uso ético de un sistema informático está el conocimiento de cómo operarlo. Si analizamos el modo en que este conocimiento se adquiere en la vida real, veremos que casi siempre es previo a la consideración moral de sus efectos. En un escenario constructivista, el alumno aprende a crear, copiar, modificar y borrar archivos prácticamente sin darse cuenta, porque esas habilidades son poco menos que la base operativa de un sistema computacional, y recién después de esto descubre lo que significa tener el poder de aplicar ese saber sobre la producción ajena. Lo mismo sucede con la Internet, donde es posible un anonimato cien veces mayor que el que puede darse en la escuela, y es muy tentador hacer "travesuras" a diestra y siniestra enviando correo electrónico o armando páginas web con contenido dudoso. No por nada los más temibles hackers son
a menudo impúberes, expertos autodidactas en informática pero perfectos ignorantes del derecho ajeno.
Dificultades como éstas apuntan directamente al corazón de la didáctica de la computación. ¿Cuándo, cómo y a quién debe enseñarse a hacer aquello potencialmente dañino para un sistema de cómputos, o para otras personas al utilizarlo? Muchos padres, gobernados por el absurdo imaginario popular que los medios han creado en torno a las computadoras, donde "hacer equivale a saber", se quejan de que otras ignoran cómo grabar y borrar archivos o cómo instalar una aplicación comercial... ¡a los cinco o seis años!, o vociferan si sus pequeñuelos no han aprendido a "navegar por Internet", ignorantes (o desinteresados), de la caja de Pandora que les abre tan sencilla técnica. Consideran que el maestro que no enseña semejantes temas desde el primer día de clase está faltando a su responsabilidad profesional como educador, porque (a) piensan que esos conocimientos "básicos" deben estar muy al principio de la escala curricular, y (b) porque sienten que si sus hijos aprenden esas cosas entonces sus propias computadoras estarán más a salvo. El maestro, que conoce el potencial de daño que conllevan esas y otras acciones simples cuando son mal ejecutadas (o ejecutadas con maldad), se debate entonces entre dar una imagen de ineficiencia o entregar el conocimiento en forma irracional, contrariando el sentido común que le indica que el caballo siempre precede al carro.
En muchos sentidos es loable estimular la curiosidad infantil, pero ¿hasta qué punto se puede admitir que el niño tenga poder sobre un sistema -el de la escuela- cuya integridad es vital para enseñar y aprender, antes de tener una noción más o menos clara del alcance de sus actos? Es muy frecuente, en situaciones reales, tener que suspender la clase porque un alumno ha "colgado" la red o su terminal tras borrar archivos esenciales por descuido o torpeza, y cuando el docente se inclina sobre el teclado a tipear algunos comandos para resolver el desperfecto puede sentir en su nuca las miradas pícaras de los más adelantados, que están pensando "de modo que así es como se puede interrumpir la clase...". Cuando no se ha formado una clara noción de lo que es ético hacer con una computadora, hasta la curiosidad más simple puede ser el preludio de un acto doloso: ¿cómo hago para enviar correo electrónico a una lista de diez amigos? puede significar "voy a insultar a cincuenta mil personas por e-mail sin que nadie me pesque", y "¿cómo se da formato al disco duro?" puede implicar que mañana nos será imposible dar clases.
Por todo lo dicho, y a despecho de la ansiedad paterna y del reclamo de los directivos para producir resultados visibles y tempranos con los recursos informáticos de la escuela, los primeros años de la instrucción deben ser dedicados a la construcción de un sistema de valores tal que, cuando el conocimiento operativo finalmente se alcance, el alumno posea ya firmes hábitos de conducta que lo lleven a cuidar la maquinaria, ser prudente en sus comunicaciones, proteger la información propia y colaborar en la protección de la de otros, distinguir lo bueno de lo malo y lo legal de lo ilegal; y sobre todo a comprender que para la experimentación en un sistema informático público-tal como el de un colegio- e incluso para su misma utilización, debe contarse siempre con la autorización y anuencia de sus administradores. No sería mala idea recuperar en la escuela la costumbre de que los niños pidan permiso antes de hacer algo.
Al mismo tiempo, es necesario que las escuelas inicien ya mismo campañas de esclarecimiento ético entre los padres. Los profesores de informática sabemos que en muchos hogares se permiten o se toleran -cuando no se fomentan o directamente se ejecutan delante de los niños- actividades que son extremadamente nocivas para la formación moral, y que a veces llegan a rozar lo delictivo. En la inmensa mayoría de los casos, quienes así proceden lo hacen por ignorancia, presumiendo que si es fácil de hacer -y si todos lo hacen- no debe estar prohibido ni ser inconveniente. Y no nos referimos aquí a la pornografía, que los niños obtienen mayormente a escondidas de sus padres, sino a cosas tan sencillas como el uso de software "pirata", el hacer pasar por propia la información tomada de la Internet o entablar relación con otras personas ocultando la verdadera identidad. Nos será muy difícil a los educadores transmitir valores en relación al uso de las nuevas tecnologías si las familias no nos acompañan con el apoyo de su ejemplo.
Conclusión
El conocimiento es una vía directa hacia el poder. Pero quien sabe hacer algo tiene que tener primero en claro en qué casos debe hacerse y en qué casos no. Si este sencillo principio es tenido en cuenta como contenido fundamental de la materia se evitarán incontables dificultades y se ahorrará muchísimo tiempo en el aula informatizada, además, por cierto, de sentar sólidas bases para una ética integral en los educandos.
Tanto los padres como los directivos deben comprender que los más valiosos resultados en Informática no son los que pueden "tocarse"
–presentaciones multimedias, hojas de cálculo o textos ricamente adornados- sino los que se fijan indeleblemente en el espíritu de los alumnos, y que tienen que ver con las virtudes del autocontrol, la sensatez, la mesura, el respeto y la responsabilidad.

EL VALOR DE LA SALUD

ARTÍCULO III


Boletín de Educación en Valores
EL VALOR DE LA SALUD


La salud es uno de esos temas que generan una ambivalencia de sentimientos bastante acusada: por una parte, mejor si no lo comentamos, es señal que nos encontramos bien (y no hay que llamar al mal tiempo); por otra parte, quizás que le prestemos un poco de atención para tratar de prevenir algunas enfermedades o accidentes evitables.
Entendida como ausencia de enfermedad y como resultado de un equilibrio biológico, mental y social, la salud ha alcanzado recientemente el rango de derecho fundamental de las personas. Esta noción integral de la salud se vincula con una noción también integral de la persona y hay que concretarla en el desarrollo de dimensiones racionales, emocionales y conductuales que permitan un equilibrio de sus necesidades con los recursos del sistema de salud disponibles/suficientes.
Los avances científicos, junto con los cambios ideológicos y económicos de los últimos dos siglos, han situado la salud en un primer plano del interés social. Pero aun así, no ha llegado a todos y las desigualdades sociales tienen en la salud un exponente muy marcado: en el terreno internacional, observamos la diversidad de patologías que afectan a países ricos y a países pobres (cardiovasculares, oncológicas o accidentes de tránsito, contra sida, malaria y tuberculosis, para poner algunos ejemplos); asimismo, dentro de cada sociedad la salud también se convierte en factor potencial de discriminación y, a la larga, de exclusión (discapacidades, incapacidades laborales, enfermos mentales). En definitiva, los que no "están en forma" quedan al margen, ocupan menos espacio mediático y a menudo son rechazados de los sistemas de producción y de participación social y política.
El sistema sanitario, la base biogenética, las condiciones ambientales y el estilo de vida, son los cuatro factores que determinan el grado de salud de las personas, pero precisamente este último, aun siendo el más importante, es el más desatendido por todos. Si analizamos algunos de nuestros comportamientos a lo largo del día, como por ejemplo los ritmos horarios, las condiciones laborales, los ingredientes de las comidas, las actividades de ocio, etc. ¿Llevamos un estilo de vida saludable? ¿Quién es el responsable? ¿Qué podemos hacer?
En definitiva, la salud no es sólo un asunto individual, sino que implica también a la comunidad; es necesario orientar nuestra tarea educativa precisamente reforzando la doble responsabilidad individual y colectiva inherentes a la salud. Así pues, hay que incorporar la salud a la educación en una triple orientación: como contenido educativo estricto, como tema de debate ético y como escenario para tomar decisiones.
Como contenido educativo, la educación para la salud ha de formar parte de los programas y curriculums educativos en todos los niveles. Es necesario que niños y adultos sean capaces de conocer las limitaciones y las posibilidades del propio cuerpo, pero hay que hacerlo en el contexto directo donde viven.
La salud como tema de debate ético significa que niños y adultos han de saber reconocer sus prejuicios sobre la salud y admitir la variedad de creencias asociadas a la salud, pero sobre todo que la sociedad actual plantea retos constantes sobre los cuales hay que tener una posición tomada, con toda la flexibilidad que se quiera, pero siempre a partir de unos referentes determinados.
Finalmente, hay que entender que la educación para la salud tiene que preparar para la toma de decisiones, tiene que ayudar en la adquisición de habilidades que nos faciliten la toma de decisiones de manera autónoma y responsable, y siempre en contextos sociales. Por lo tanto, no podemos olvidar los factores emotivos y racionales que forman parte de la toma de decisiones, y aquí entra en escena el papel de educadores y educadoras (padres, maestros, monitores, abuelos….) y también el entorno educativo en general (medios de comunicación, amigos…).
Se impone, en definitiva, una clarificación conceptual y metodológica por parte de los profesionales implicados, pero sobre todo una estrategia coherente que pasa por un acuerdo profundo con familias y otras instancias (sobre todo mediáticas) para educar en entornos saludables, es decir, que sitúen la salud como uno de sus valores centrales.